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Pequeño dios de la muerte

Autor: Fausto Marcelo Ávila Ávila

Primera edición: 2018

Editorial: Editorial Babilonia



Me agrada la idea de ver los libros de poesía como destellos del mundo interior de un poeta, con su juego de sombras, alucinaciones y siniestros recovecos. Este libro de Fausto vela por la minucia de sus oscuridades, regida por un Pequeño dios de la muerte.


Es Pequeño porque es conciso; la mayoría de sus poemas ni siquiera necesitan de un título. Se siente la presencia de un niño perdido entre sueños; un niño que espera abrir los ojos para contar —con esa alegría del descubrimiento que tienen los pequeños y los sobrevivientes a un disparo en la cabeza—, lo que vio y lo que no vio.


Es dios porque deambula a su antojo por estos parajes de la evocación, el juego, la reflexión. Como migas de pan para un camino de regreso, deja versos cortos con inmensa conciencia del ser en sus múltiples dualidades. Y también es muerte apostada en parajes urbanos y familiares, afectivos y punzantes, donde duele todo lo que se despide.


Leo este libro y veo a Fausto y a su editor, Esteban Hincapié, que le abre la puerta de su editorial a los buenos poetas amigos. Veo a Fausto e imagino este libro. Son la sombra y su niño, el autor y el libro, los poemas y las pinturas de Fausto que ejerce dos dimensiones de la imagen. Dos partes oscuras de una misma relojería. Por aquí ronda la franqueza de niño que convierte a un hombre en sabio.


Alejandro Cortés González



Comparto a continuación dos de mis poemas favoritos del libro:



*


Dos pequeños

Juguetean con sus risas,

Se esconden

En los laberintos

Del recuerdo

Recogen flores

De su jardín inventado,


Dos pequeños

Auguran

En un balde

De arena

Castillos y temores,

Canciones y soles

Aletean con sus sombras

Al aire de la tarde

Izan cometas

Con cola de trapo

Y patean

Pelotas ajadas

Heridas entre las rocas

Del viejo parque


Dos pequeños

Mi sombra y yo

Jugamos al escondite

En las grietas de la vida




*


Esta casa solloza bajita

Trina y nos abraza

Pequeña loba de ladrillos

De noche

Todas las casas aúllan bajitas

Y en la mañana

Lavan sus temores

En el agua hirviente del café

En la enredadera de piernas y brazos

De su vientre




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