Autor: Juan Carlos Carvajal Sandoval
Primera edición: 2020
Editorial: Acid House Ediciones
Si se trata de confesiones, como lo enuncia el título, confieso haber disfrutado mucho de los poemas que, gracias al sarcasmo e ironía hacia las propias derrotas, encontraron el humor en la poesía. Es una risa a veces empática y dolorosa, donde el humor nos acerca a esas profundidades que, tal vez, no queremos ver.
Confesión para ser absuelto de mí mismo, al estilo de ¿Águila o sol? de Octavio Paz o Último Round de Julio Cortázar, se atreve a incluir, además de poemas, otro tipo de textos como relatos breves, aforismos y dos brillantes ensayos al final sobre la sombra y el eros: “Consolación a mi sombra” y “Anatomía de la felicidad”, respectivamente.
De esta manera, Juan Carlos Carvajal nos presenta un libro de una honestidad temeraria y despiadada que alcanza, quizá no para absolvernos, pero sí para preguntarnos qué tan a salvo estamos de nosotros mismos.
Alejandro Cortés González
Comparto a continuación dos de mis poemas favoritos del libro:
Confesión para ser absuelto de mí mismo
Me hago el dormido en los buses
y cedo amable el asiento con elegancia
cuando ya me voy a bajar.
No he podido pagar la primera empanada
—verdadera obra de arte—
con dinero ganado
en lo que insisto en llamar poesía.
No creo en concursos literarios
porque nunca gano una mierda.
El cine de Tarkovski me duerme,
y me gusta Rápido y furioso,
pero solo la primera.
Sé más líneas de los Simpsons que del Quijote
(muchísimas más)
y creo que jamás iré en busca del tiempo
perdido
pues prefiero perderlo en Internet.
Me gradué como Ingeniero de Sistemas
pero nunca aprendí a programar.
La segunda carrera,
Cine,
fue pura pantalla.
Quisiera hacer una maestría en memes.
Alguna vez fui barrista
pero no sabía el nombre de ningún jugador.
Viajamos a Cali en tractomula para un partido
pero me devolví en Ibagué.
También quise ser punk
pero el pelo me quedaba como palmera.
Llevo tatuada a la muerte en mi brazo
y no me alcanzó para el relleno.
Nadie atina a distinguir qué es.
Me consuela que mi esposa
tiene tatuada un hada igual de fea.
No me dejo el candado,
porque no me cierra.
¿Por eso soy tan inseguro?
He llegado al “cuarto piso”
en ascensor
del hotel Mama.
He vomitado de la risa
arroces del almuerzo
por la nariz.
He vomitado ron con sal de frutas
sobre una mano desconocida.
He salido en chancletas a la calle
y he pensado hacerlo también en calzoncillos.
He corrido en bola por la avenida,
mi padre, con la ropa atrás.
Soy el reflejo en el vidrio del carro que nunca podré tener.
Nada queda
He visto a la noche
derramar su blancura sobre mi espalda
en lenguas de fuego,
abrazos de humo,
pieles que serpentean las calles.
He inhalado la luna a trozos
en presencia de fieras
que maldicen sus jaulas.
He caminado por el filo del trueno
vestido como mujer,
sin más armadura que una moneda.
He desnudado cuerpos sin bocas;
he sido caníbal de sombras.
He tragado genios de botellas
que destrozan por dentro
y solo conceden
resacas de sangre.
He escuchado conjuros de brujas
a través de la música de sus calderos.
Y nada queda.
Me llenan de alegría tus palabras, Alejandro, y también el hecho de que las mías, escritas, hayan hecho un eco gracioso y también catártico en tu lectura. Infinitas gracias.